Es una de mis mayores locuras y satisfacciones. Estimular inteligencias a nasciturus y bebés es extremadamente gratificante porque desde el comienzo de la vida se encuentra respuesta a su origen y se comprende cada segundo que le robamos a la muerte con el convencimiento de que es el último.
Conseguir que un bebé enfermo aprenda a sonreir, a caminar, que diga sus primeras palabras, que agarre un trozo de madera es la aventura más apasionante que se puede vivir y es tan enriquecedora que para los relojes, destruye las fronteras de las discapacidades, borra los límites de lo posible.
Cuando se han logrado estos retos por primera vez no es necesario repetirse que somos más capaces de lo que creemos y de que podemos superarnos a nosotros mismos cada vez que no nos rendimos ante la enfermedad, ante el dolor, ante las dificultades.
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