Si leer un libro y comprender en el alma del que lo ha escrito las inquietudes que le han motivado para ver la realidad de una manera determinada, para percibir los colores con una intensidad y los sonidos con unos matices es una tarea de silencios que implica un esfuerzo considerable no lo es menos escribirlo.
Cuando nos enfrentamos a un folio en blanco nos enfrentamos a nuestras amnesias, a nuestros miedos y en cierta medida a nuestras frustraciones. En la soledad de un folio en blanco siempre están escritas las palabras que no nos atrevemos a pronunciar, las comas que nunca añadiremos, los puntos suspensivos que guardamos para un después incierto; quizá apartado del quicio de nuestra puerta para no verlo todas las mañanas cuando salimos a un mundo que no siempre nos pertenece, que no siempre es el escenario más adecuado para escribir ni tan siquiera un párrafo.
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