lunes, 10 de agosto de 2009

Los premios



Cuando te conceden un premio hay dos preguntas implícitas una por qué a mí y otra es que me estoy haciendo tan vieja que ya no importa que lo gane. La primera te hace pensar y pasan por la retina las noches sin dormir, las horas sin horario trabajando, las noches unidas a los días aporreando un ordenador, los papeles creciendo en columnas griegas, la agenda engordando páginas sin consuelo y sin piedad.

La segunda te golpea como un gong tibetano porque te hace robar un segundo a lo efímero del tiempo con el convencimiento de que vas demasiado deprisa, de que te deslizas como una serpentina de carnaval hacia la muerte, de que has envejecido lo suficiente para que la envidia no sólo te golpee en el cuerpo y te sacuda la conciencia del alma sino que también te deje al margen de los que son contestados por el dedo acusador de lo ignorantes, de los que no han hecho nada de provecho; ni tan siquiera contemplar el crecimiento de una flor.

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